Recuerdo cuando Rocío llegó a su primera consulta. Me llamó la atención su amplia sonrisa y sus dientes blancos, como de comercial de pasta dental. Su cabello corto, bien peinado y color rojizo, y sus pequeños lentes que resaltaban sus ojos color miel. Se refiere a sí misma como una simpática y llenita soltera de 37 años a la espera de su príncipe azul y mientras éste llega, trabaja como recepcionista en una escuela primaria.
Al presentarse me dijo: “vengo con usted porque a pesar de tener mis niveles de glucosa en buen nivel, el médico me dice que mis ardores de piernas son por la neuropatía diabética que ya empieza a darme lata, además de estar orinando proteínas porque se están afectando mis riñones”.
Me mostró una hoja en la que estaban anotados en desorden una infinidad de tomas de glucosa, sin saber el horario de éstas. Casi sentí que se me saldrían los ojos al ver que todos los resultados anotados eran por arriba de los 220 mg/dl. Me repitió: “no sé por qué el médico dice que la diabetes me está afectando, si mis niveles de glucosa están tan bien”.
Le pregunté quién le dijo que esos niveles de glucosa están bien. Me respondió: “mi médico me comentó que esos niveles son adecuados para mí que vivo con diabetes”.